Para aquellos que no lo sepan, desde el pasado 1 de agosto estoy de vacaciones. Como cada año por estas fechas me he trasladado a mi Galicia natal, lugar en el que se recargan las pilas como en pocos, y en el que me reencuentro con mis amigos de toda la vida. Pese al transcurso del tiempo seguimos echándonos unas grandes risas juntos, no les voy a engañar: como si nos hubiésemos visto el día anterior. ¡Y eso que estamos todos esparcidos por el Mundo!
Les cuento esto a raíz de leer, en La Voz de Galicia, que cada año aumenta el número de gallegos que nos vemos obligados a dejar nuestra tierra para poder desarrollarnos profesionalmente. La mayoría, jóvenes con estudios universitarios. Y a razón de veinte mil anuales, cifra harto contudente. Mi querida pandilla ilustra a la perfección esta realidad: el 65% de los que estamos trabajando lo hacemos fuera de Galicia. Dos abogados, un médico, un arquitecto, una economista, una antropóloga, un funcionario, un agente inmobiliario y una comercial. Ahí es nada.
Formar un titulado supone un gasto, para las arcas públicas gallegas, de unos 60.000€. Como decían sabiamente tres investigadores en la diáspora, "no entendemos que se gasten todo ese dinero en formarnos para que nuestros descubrimientos se queden en manos americanas". Claro, que con una clase política que considera que la solución al problema no pasa por generar actividades empresariales, sino por políticas de educación y vivienda (¿?), podemos echarnos a temblar...
martes, 5 de agosto de 2008
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